El viejo Fermín

Arrugado como una pasa
y flaco como un pejín,
así es el viejo Fermín.
Si viene un viento se lo lleva
lejos, muy lejitos de aquí.
Varias folías cantó
y algún trago se tomó,
no fue marinero,
en la tierra se la pasó
entre lluvia y calor.

Camina por la calle abajo,
camina por la calle arriba,
hasta tumbarse en el patio trasero
como los girasoles buscando el sol.
Se sienta en el suelo,
alarga las piernas,
estira el cuello pellejudo,
cierra los ojos hacia el cielo
y así es feliz.

Con la cabeza llena de recuerdos,
de sillas rotas o vacías,
de rostros morenos
que no sonríen ni lo llaman.
Pero el viejo Fermín no se priva
de su partida de cartas
alguna que otra tarde
con otros pejines como él.
Se le marca la nuez
cuando hace una buena jugada
y el adversario de enfrente
suda considerablemente.

El rey de espadas
en la mesa colocó
y el viejo de pocos dientes
una carcajada soltó.
“Esta mano, compañeros,
esta mano la gano yo.”

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